VOTRE
François Lonchampt
Alain Tizon
DANS CETTE RUBRIQUE: |
VUESTRA REVOLUCIÓN NO ES LA MÍA Prefacio Alain Tizon, François Lonchampt, 1999 TRADUCCIÓN : ALIKORNIO EDICIONES, 2002 "Todo el fondo, todas las exasperaciones de nuestra querella giran en torno de la palabra Revolución." Antonin Artaud, À la grande nuit ou le bluff surréaliste
En 1968, en plena sociedad de consumo y del pleno empleo, estalla la primera huelga general salvaje que paraliza un gran país europeo. Se cuestionan todas las instituciones, se ocupan fábricas, oficinas y edificios públicos, por todas partes se crean "comités de acción" y se asiste a una extraordinaria liberación de la palabra e, incluso, a algunas tentativas de reorganización revolucionaria de los intercambios bajo el control de esos comités. En ese clima de exaltación y libertad, algunos creyeron ver la posibilidad de llevar la crítica de la sociedad mercantil hasta sus últimas consecuencias y de reanudar el sueño de una historia por fin transparente a los hombres que la realizan. No todos los que se lanzaron entonces a todo tipo de viajes y aventuras, políticas y existenciales, han guardado en su fuero interno la necesaria reserva para operar a tiempo un razonable giro estratégico. No todos los que sintieron la sacudida de Mayo se han convertido en grandes modistos, periodistas de "Libé" o productores cinematográficos, que en su mayor parte arrojan una cínica mirada sobre su juventud y que hoy pisotean lo que constituía el honor de sus veinte años. Esos tienen el derecho a todo nuestro desprecio. Otros no resistieron lo que Pasolini calificaba en sus Écrits corsaires "uno de los periodos reaccionarios más violentos y quizás más decisivos de la historia [1]". Todos conocimos a alguien para quien esta historia ha acabado muy mal. Ebrios de vida en Mayo, no resistieron los años oscuros y no consiguieron dar rumbo a su vida. Algunos se suicidaron, otros acabaron en la miseria, las drogas, o víctimas de estúpidos y premeditados accidentes. A ellos dedicamos este libro, así como a quienes, en la actualidad, se mantienen dignamente. Este libro es el fruto de una tentativa para sobrepasar las decepciones de estos veinte últimos años, de honrar ese espíritu de Mayo, a pesar de sus ambigüedades, y para aportar razones a quienes no han renunciado a esperar, así como a las nuevas generaciones asfixiadas por el culto al Dios-Yo y que, a menudo, no oyen hablar de aquel tiempo sino a nuestros enemigos. Y si al final de estas reflexiones, que comenzamos, como deseaba André Prudhommeaux, anteponiendo algunos "de los delicados y embarazosos problemas que, antes o después, la realidad nos planteará inevitablemente", conseguimos poner en su justo lugar algunas de las cuestiones que el pretendido socialismo científico había ahogado precipitadamente bajo las vanas certidumbres de la experiencia histórica y que el capitalismo triunfante se apresta a enterrar definitivamente, habremos alcanzado un poco nuestro objetivo. Para escribirlo, y para conjurar una suerte que nos fue contraria, nos ha sido necesario sumergirnos dolorosamente en un pasado en el que muchos de nuestros sueños se han perdido, ya que parece que todas las tentativas en las que nos jugamos nuestra existencia no han contribuido sino al advenimiento del mundo que hoy día conocemos. Pues hasta hace poco, aún vivíamos a la espera de un enfrentamiento decisivo que trajese ineluctablemente la quiebra de todos los tiempos, el declive y la caída de la economía mercantil, el advenimiento de la sociedad sin clases y el reino de la libertad. Completamente convencidos de que "retardar la hora del levantamiento de los obreros en cada país constituía la única y real preocupación de la estrategia política mundial de los estados [2]", igual que los autores de una revista de ultraizquierda [3] en 1976, habríamos podido escribir que "nuestra época contempla el desarrollo, y contemplará la extensión de una tendencia inherente a todas las instituciones y a todos los aspectos de la vida dominante (...) la crisis muestra la fragilidad del sistema (...) los disturbios de los negros americanos, Mayo 68, el mayo rampante italiano, la insurrección polaca, la revolución portuguesa, las huelgas y las manifestaciones españolas que preludian un enfrentamiento de gran magnitud, han mostrado e ilustrado el nuevo punto de partida de la revolución (...) la evolución general nos parece clara. Lleva al comunismo". Pero el asalto de los proletarios a todas las plazas fuertes del viejo mundo ha sido desactivado, y hemos conocido el fracaso de la revolución en un sistema capitalista que funciona bien que nos había anunciado la Internacional Situacionista. La traducción en el lenguaje de la teoría radical de lo que se vivió en 1968 ha tenido menos éxito que el fast-food y las consolas de juegos por ordenador, las masas se han entregado a los publicitarios y no a los teóricos de su emancipación, y la persistencia de un mundo que, lo creíamos ingenuamente, debía hundirse en un breve plazo para dar paso a la nueva sociedad que habíamos creído vislumbrar en Mayo, nos ha a obligado a encarar "un periodo histórico en el que la posibilidad de la revolución comunista está ausente [4]". Y, lo que aún es peor, que sea precisamente esta época la que nos haya tocado vivir [5]. Por doloroso que pueda resultar, es necesario que pongamos en cuestión un buen número de certidumbres e intentar comprender la manera como hemos sido atrapados tan rápidamente y, después, sobrepasados por esta sociedad que queríamos destruir y que, a nuestro pesar, hemos contribuido a perfeccionar. La primera de esas certidumbres es la obstinada y ciega fe, según la cual la sociedad de clases encierra y rechaza en sus propias entrañas la posibilidad histórica de su superación. Esa fe recorre todo el movimiento obrero, heredada de la escatología cristiana, y permite a las "conciencias críticas" el más profundo sueño ; y el marxismo la fijó como un dogma en el pensamiento moderno. La segunda certidumbre es la teoría confortable de la alienación (o del retraso de la conciencia), no la noción filosófica que nos cuidaremos bien de discutir aquí, sino de esa vulgata teoricista que da pábulo a las más hueras construcciones de la "radicalidad", atribuyendo a los individuos y grupos sociales motivaciones o intenciones inventadas por las necesidades de la causa. La tercera, y es por la que comenzaremos, es la certidumbre de estar en el umbral de levantamientos decisivos que las leyes de la historia nos prometen, y que proviene en buena medida de la subestimación de un adversario que se creía condenado por esas mismas leyes, las cuales impedían reconocer la burguesía tal como todavía es, la única clase que prosigue su revolución en el siglo XX, la única clase capaz de proseguir el desarrollo por sí misma. Somos de la generación profundamente marcada por Mayo 68. Nunca formamos parte de un partido o grupo de extrema izquierda, pero frecuentamos gozosamente algunos medios radicales en la esfera del anarquismo, la ultraizquierda o la Internacional Situacionista cuya teoría fue nuestra principal influencia. Y ahí continuamos. Hubo también viajes, la práctica de numerosos oficios, derivas aventureras sobre diversos continentes, amistades, amores, con su lote de insuficiencia, de plenitud y de muy sólidos momentos de soledad. Cuando nos encontramos en un cursillo de formación para desempleados a comienzos de los años 80, la revolución vislumbrada en Mayo continuaba estando para nosotros al orden del día y pensamos que era desde el seno de la clase obrera que seríamos más eficaces para acelerar su venida. Incluso, aunque la historia no nos haya dado la razón, continuamos convencidos que en aquel momento, y durante algunos años más, esa revolución no estuvo tan lejos. Pero lo que no habíamos previsto ni comprendido, es que aquella sociedad podía aún evolucionar suficientemente para dar satisfacción a una buena parte de las aspiraciones que se expresaron en Mayo, incluso las que parecían más provocadoras. Y es por esa razón que no fuimos capaces de abarcar todo el alcance de las transformaciones habidas desde entonces. [1] Pier Paolo Pasolini, Écrits corsaires. Flammarion, 1976. [2] P. Beaufils y P. Locuratolo. Apologie de Jacques Bonhomme. Paris, 1975. [3] King Kong International, nº1, 1976. [4] "La decadencia del régimen capitalista es el periodo durante el cual aquél entra en un estado de crisis permanente mientras continúa desarrollando las condiciones materiales y humanas para la aparición de un orden social superior ; dicho de otro modo, mientras continúa desarrollando las premisas de la revolución socialista. La descomposición de ese régimen comenzaría, por el contrario, a partir del momento en que la posibilidad objetiva de creación de un orden social superior desapareciese, es decir, cuando el sistema arrastrase en su decadencia las premisas de la revolución socialista. Es ahí, precisamente, cuando se da la posibilidad de la barbarie moderna, no ya como tendencia que se desarrolla constantemente en la sociedad de la explotación, sino en tanto que fase de descomposición durante la cual tanto las fuerzas productivas, como la conciencia de clase revolucionaria conocerían una regresión sensible y duradera. La barbarie moderna sería el periodo histórico en el que la posibilidad de la revolución comunista estaría ausente". P. Chaulieu, "La consolidation temporaire du capitalisme mondial", Socialisme ou Barbarie, 1948. [5] Sin duda, por revolución comunista no entendemos ninguna de las que pretenden o han pretendido haber triunfado en el siglo XX con ese nombre. |